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Perú sigue siendo visto por muchos inversionistas extranjeros (ajenos a las novelas políticas que se cuecen todos los días en nuestro país) como una de las economías más estables a nivel internacional y con las más adecuadas condiciones de desarrollo de negocios (a diferencia de algunos países vecinos que se encuentran hoy en día en plena turbulencia social).

Si bien es cierto, durante las últimas 3 décadas (gracias a las bases políticas y económicas establecidas en nuestra Constitución de 1993) el Perú logró exitosamente superar grandes adversidades tales como el terrorismo, el conflicto con el Ecuador, la reinserción económica del país a nivel mundial, aún no logramos vencer ciertas taras que no nos permiten superar hasta la fecha esa valla que nos condena a mantenernos (sin fecha de caducidad) como una economía del tercer mundo. Estas taras, fundamentalmente dos, que se alimentan y retroalimentan la una de la otra, están representadas en la corrupción y la falta de infraestructura.

En efecto, en la última sesión abierta de la Red Peruana de Negocios, Erick Fischer, actual presidente de Adex, resaltó las bondades de nuestra economía pero del mismo modo alertó sobre la existencia de estos dos aspectos íntimamente relacionados que juegan en contra del desarrollo y crecimiento de nuestro país.

Ciertamente la corrupción política y burocrática enquistada en diversos niveles del sector público (desde la ventanilla de atención al administrado hasta alguna veces la propia presidencia de la república) no solo generan cuantiosas pérdidas económicas para el erario nacional sino particularmente producen un efecto perverso en el desarrollo de la infraestructura básica del país (elemental para nuestro crecimiento) pues la decisión política para la ejecución de estas obras (que debería involucrar una previa evaluación económica , el impacto social, su viabilidad técnica, entre otros factores clave) pasan a un segundo o tercer lugar de relevancia primando frente a estas, los intereses personales de quien o quienes finalmente toman la decisión de su ejecución (un claro ejemplo de ello es la Interoceánica, una obra por demás innecesaria frente a otras obras de infraestructura similares que debieron ejecutarse por su mayor relevancia a nivel económico y social, como resulta ser la reconstrucción de la carretera central abandonada desde hace ya más de dos décadas).

Resulta claro que mientras no ataquemos frontalmente a la corrupción en todos sus niveles y no dejemos cada uno de nosotros de pensar en nuestro bienestar personal frente al bienestar colectivo, seguiremos condenados a sufrir de los embates de estas dos taras que ciertamente producen una real contramarcha en una economía como la nuestra que cuenta con todos los elementos para poder destacar y salir adelante.

Rafael Torres Morales – CEO Red Peruana de Negocios

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