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De la Gloria al Caos: ¿son las Tarjetas de Crédito una Bendición o una Maldición?

Para algunos, una tarjeta de crédito representa libertad: la posibilidad de adquirir lo que necesitan –o desean– sin tener que esperar. Para otros, en cambio, es el primer paso hacia un camino empedrado de intereses, comisiones y estrés financiero; en realidad, todo dependerá de cómo utilicen su tarjeta. Como una herramienta potente, puede facilitar la vida a cualquier consumidor. Mal manejada, puede convertirse en una trampa silenciosa de la cual muchos consumidor no van a poder encontrar una escapatoria.

En el Perú, las tarjetas más comunes son Visa y MasterCard y las pueden encontrar y usar por todos lados: supermercados, gasolineras, tiendas online. Luego están American Express y Diners Club, menos frecuentes, pero con beneficios exclusivos para ciertos perfiles. Muchos se preguntarán: ¿cuál es la mejor?, la respuesta es simple: la que se adapte al estilo de vida de cada persona, ingresos y hábitos de consumo.

Del mismo modo, el mundo digital ha traído consigo nuevas formas de usar estas tarjetas, por ejemplo: las billeteras digitales como Apple Pay o Google Pay, hacen que ahora un consumidor pueda pagar con solo acercar su celular al POS (Point of Sale que en español significa «Punto de Venta»). Como se puede apreciar, se trata de un sistema rápido, sin contacto y hasta se puede pensar que seguro: no se necesita sacar la billetera. Pero con esa comodidad también llegan nuevos riesgos. La seguridad digital no es un lujo, es una necesidad; implementar contraseñas fuertes, autenticación en dos pasos y atención a los mensajes sospechosos son pasos que no se pueden ignorar.

Usar una tarjeta de crédito correctamente puede abrir puertas, pues permite financiar compras, aprovechar promociones, sumar puntos o millas a los futuros viajes, acceder a descuentos en productos o servicios a adquirir y contar con posibles contrataciones de seguros adicionales, pero esto no es “gratis”, siempre hay una condición implícita: la responsabilidad.
Imagine que compra una televisión por S/1 000 y decide pagarla en 10 cuotas, pues cree que pagará solo S/100 mensuales; ello suena cómodo, incluso hasta beneficioso, pero al revisar su estado de cuenta descubre que al final habrá pagado mucho más; a ese cobro “adicional” se le llama interés y no es ningún secreto o un cobro abusivo: está informado en los términos y condiciones de la tarjeta de crédito adquirida y que muchas veces pasamos por alto. Por eso, cada decisión cuenta y es responsabilidad del consumidor tener una cultura financiera y estar informado de los cobros que se le efectuarán por el uso de la tarjeta de crédito.

Además, debemos considerar que los bancos no entregan una tarjeta a cualquier consumidor, hay varios factores objetivos que se deben considerar. En efecto, necesitan verificar que un consumidor tenga ingresos estables, que ha manejado bien sus deudas en el pasado y que puede demostrarlo con documentos. Tener acceso al crédito no es un derecho automático para todos los consumidores, es un voto de confianza que el sistema financiero puede o no otorgarte.

Ahora bien, una vez otorgada una tarjeta de crédito, se tiene también la responsabilidad de pagar la cuota dentro de los plazos informados; así, si no se paga todo lo que se debe antes del vencimiento, ese saldo pendiente empieza a generar intereses. Por otro lado, si solo se paga la cuota mínima, la deuda puede crecer más de lo que se imagina y podría resultar incluso impagable. Es como echarle agua a una planta que crece en contra, no hay nada beneficioso en ello. Por eso, es fundamental entender cómo funciona una tarjeta antes de usarla como si fuera una extensión infinita de la billetera.

Hay otros detalles que pueden pasar desapercibidos, pero son igual de importantes: comisiones por uso, por mantenimiento, por retirar efectivo o por pagar fuera de fecha. Cada tarjeta tiene su advertencia y leerla puede evitar muchas sorpresas a los consumidores.

No todo el peligro viene del descuido propio. Hay amenazas allá afuera esperando una oportunidad. Es inminente el incremento de consumos no reconocidos: aquellos que un consumidor no ha efectuado y éstos se pueden dar de diversas maneras, por ejemplo: están los correos falsos que imitan a loa bancos y con solo un click en cualquier enlace, se apropian de los datos de la tarjeta, las llamadas que fingen ser del área de seguridad y que piden datos de la tarjeta, los mensajes de texto con enlaces que nunca se debería tocar. Estos ejemplos se llaman phishing, vishing y smishing, respectivamente y todos tienen un solo objetivo: quedarse con la información y hacer operaciones que posteriormente no se van a reconocer, pues generaran una deuda por productos o servicios que jamás se llegaron a adquirir.

También están los fraudes físicos. Desde los dispositivos para clonar las tarjetas en cajeros automáticos hasta la vieja táctica del “cambiazo”, en la que un desconocido distrae la atención de la persona para quedarse con su tarjeta real y devolverle una falsa.
Por ello, es necesario que los consumidores sepan cómo actuar; la pregunta sería: ¿qué hacer si les roban la tarjeta o la pierden?. La respuesta es inminente: actuar rápido. Llamar al banco, bloquearla de inmediato, revisar los movimientos recientes y reportar cualquier transacción extraña. No es exageración: cada minuto cuenta. Además, activar las alertas de transacción puede dar ese margen de reacción que se necesita para evitar el daño.

En el fondo, una tarjeta de crédito no es ni buena ni mala. Es lo que uno haces con ella lo que determina el resultado. Puede ser un aliado o un enemigo. Una bendición o una carga. Todo depende de cuánto se la entienda y, sobre todo, de cómo se use.

Emili Luna Corimaita, Asociada y Miembro del Área de Protección al Consumidor de Torres y Torres Lara Abogados.

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