Hace muchos años pude leer el artículo de un periodista estadounidense, Art Buschwald, que nunca olvidaré. Hablaba de lo importante que es la amabilidad y la gentileza, pero más aún, el no tener ningún reparo para transmitirla. Él decía: “no me quita nada de tiempo decirle a una persona que hace un buen trabajo”.
En tiempos de Pandemia, muchas empresas han tenido la necesidad de reducir salarios. Sin embargo, hay un salario que no tendría por qué reducirse, y ese es el llamado “salario emocional”, concepto que ya se viene manejando hace varios años.
Este tipo de salario no tiene carácter económico, no aumenta el presupuesto de ninguna empresa; es una herramienta fundamental para retener al talento, buscando que el colaborador continúe motivado y comprometido. Incluso, uno no podría entender cómo un colaborador en esta situación (con salario reducido) puede ser más eficiente y competitivo. La respuesta se reduce a dos palabras: Salario Emocional.
Tomando el pensamiento de Art Buchwald, al jefe de una organización no le quita nada de tiempo decirle a su colaborador que está haciendo un buen trabajo, que valora su esfuerzo y que es importante para la organización. Todo ser humano necesita saber que su vida tiene un sentido para no perder su norte. Ello, sin contar que si bien el “por favor” y el “gracias” hoy en día están subvaluados; estos nunca deben ser considerados como implícitos; error de muchos que se escudan en la necesidad de la “economía en los mensajes para ser más eficientes”; nada más lejos de la verdad.
Las estadísticas demuestran que uno de los factores más importantes por los cuales se deja un centro de trabajo es el clima laboral; el no sentir que el trabajo es tomado en cuenta, la falta de consideración en su vida personal, no respetar sus horarios, entre otros. Pueden, incluso renunciar sin tener otro ofrecimiento laboral (terrible señal de que, pese a lo difícil que es acceder a un puesto de trabajo, no se está dispuesto a seguir donde no siente que su labor es reconocida) o cambiar a un trabajo con un menor salario; todo ello porque la persona siente no encajar, pues nunca nadie le habló del valor de su trabajo.
Retroalimentar a los colaboradores haciéndoles notar sus falencias pero también felicitando sus aciertos funcionará (si se va, será por otros factores y le pesará tener que alejarse); pero como nada en el mundo es gratis, la recompensa inmediata del jefe será ver el rostro de satisfacción de su colaborador e, indirectamente haber contribuido con hacer feliz a la familia de él, pues una persona valorada que se siente bien con su trabajo transmitirá ese sentir a quienes lo rodean. ¡No teman decir las cosas, no teman hacer feliz a la gente!
Sylvia Torres Morales – Directora de Talento y Cultura Organizacional de Torres y Torres Lara Abogados